¿Dueño de la Verdad?
Por aquellos tiempos tendría unos dieciocho años y estaba navegando los venturosos mundos intelectuales del socialismo.
Mi mundo era sencillo, tenía muy en claro quienes eran los buenos y quienes eran los malos, cosa que el tiempo, la historia y la vida posteriormente, se encargaron de entreverar y complicar.
Andaba yo, entonces, tratando de convencer a todos los que se me acercaran de las bondades de un sistema social más justo, con un reparto equitativo de la riqueza y con la cabeza llena de libros de sociología, filosofía, materialismo dialéctico y un montón de teorías marxistas, hegelianas y de otras índoles.
Un día, por aquel entonces no tuve mejor idea, convencido como estaba de mi bagaje teórico e intelectual, que entrar al “boliche” y club de bochas de “don Roque” a tratar de convencerlo para la causa.
Don Roque era un hombre viejo, viudo y de muchas y duras batallas con la vida. Vecino del barrio desde siempre y “políticamente blanco” también desde siempre. Un hombre amable pero de muy pocas palabras y por supuesto querido por todos.
Me escuchó desde el otro lado de la barra, callado y con atención, como a los quince minutos de mi monólogo locuaz me interrumpió para preguntarme:
-¿Don Gregorio – por mi padre - te deja tomar caña? - Amagando a servirme una -
No me gusta - le respondí – y guardó la botella.
Y seguí media hora mas de perorata, algunas veces él movía la cabeza como asintiendo y otras la meneaba en desaprobación, pero no me interrumpía.
A esto, ya se habían arrimado “el caballo” y su hijo y otros desde una mesa cercana también escuchaban mi incesante parlotear.
Creo que fue ese, el momento en que me sentí mas optimista y seguro de mis virtudes oratorias y capacidad militante.
Terminé de hablar, ya le había explicado el Uruguay que pasó, el que iba a venir, el que deberíamos construir entre todos, las maldades del imperialismo y lo bueno del mundo socialista, todo esto abonado con ejemplos, citas de hombres famosos, experiencias internacionales y no se cuantas cosas mas. Debo haber hablado una hora sin que el viejo dijera nada, solamente se daba vuelta cuando algún cliente le pedía una caña o una grappa, pero me seguía prestando atención.
Después que terminé se hizo un instante de silencio que me pareció eterno y entonces sí, la voz ronca y áspera de Roque dijo sentenciosa y paternal:
-¡Vaya “m´hijo” que a uste´ le han llenao la cabeza! – agregando tras una pausa y para que lo escuchen todos:
- ¡“Hay que vivir y dejar vivir”! – “la vida es eso nomás, todo eso que usté dice no sirve para nada”.
Y me fui frustrado, casi humillado, pensando que con hombres así, el país estaba condenado al fracaso y la decadencia.
Hoy varias decenas de años después, entiendo, reivindico y hago mía la frase de don Roque.
Todo lo que digas, aprendas, enseñes y hagas en la vida debe estar regido por la simpleza, la bondad y la humildad de tus actos, sin importar la cantidad de conocimientos que hayas adquirido, ni la posición social que tengas.
Si haces tu vida honradamente y dejas que los demás hagan la suya, seguramente el mundo que tanto se quiere cambiar de la mano de la política, cambiará sin la política, porque la política no es dejar que los demás hagan su vida, sino que los demás hagan la vida que algunos quieren.
Y… ¿Quién nos dijo que nosotros tenemos la verdad y la razón?


0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio