El Brillo del Amor
Por la calle Juramento, allá en el barrio de Belgrano, hay un “cafecito” – ¡cafetería que le dicen!-. A la cual voy todas las semanas a esperar las seis y cuarto de la tarde.
Me siento en una mesa y enseguida, el cálido ambiente que me rodea, se desgaja, en detalles pequeños, como los granitos de café, que debajo de un vidrio, adornan las mesas o las espigas de trigo que abundan en las paredes y ventanas, en ramilletes opacos, enmarcando los distintos tipos de pan, que, secos por el tiempo y dorados por el barniz, lucen como frescos y tiernos, dando un clima de abundancia y premeditado sosiego al local.
El pulido pino de las sillas, las chicas acampesinadas que lo atienden y el inconfundible olor al café recién molido, me tientan a pensar . a recordar tiempos idos, a buscar alguna semejanza con alguien que conozco en las caras desconocidas de los parroquianos ,o solamente a pensar en lo que quisiera hacer un minuto después de las seis y cuarto de la tarde.
Pero no puedo o no quiero, yo estoy aquí con un solo propósito y entre sorbo y sorbo de café o entre pitada y pitada de cigarrillo, alimento este sueño que se hará realidad en un momento mas.
...y la busco, la busco en cualquiera de las personas que rápidamente cruzan la calle o doblan en la esquina, apuradas como si fueran a buscar a la partera; pero, no la encuentro, porque ella, no tiene apuro.
Después la busco en los ruidos de la calle, en los bocinazos, en el pregón del florista de la esquina, en el grito del diariero y no la encuentro tampoco, porque ella, no es bullicio ni grito, ella es paz.
Entonces, de un momento para otro, casi a las seis y cuarto de la tarde, aparece, de repente, de no sé que lugar, ni porqué recóndita puerta, radiante, recortada en un único primer plano, sobre el resto de las cosas y la gente, con el fulgor de sus tremendos ojos grises clavados en mi y con su sonrisa grande de mujer querida, inundando de luz todo el alegre “cafecito” y a mi.
...y yo me enciendo y empiezo a brillar con ese brillo contagioso que nos cuenta Eduardo...
Y las espigas de trigo de las paredes, maduran en dorados torrentes de sagrada mies y el pan se desbarniza repartiéndose en penetrantes aromas que recorren las mesas y la gente, escapando hacia la calle, llamando con su sencilla voz de niño bueno a todos los necesitados.
Y al llamado del pan caliente, ellos llegan y se juntan.
Yo no se, si podrán saciar su hambre con este alimento, pero estoy seguro, que de amor, de mi brillante amor y del de ella, de nuestro gran amor, se irán hartos.
Buenos Aires Abril de 1998

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