sábado, 19 de diciembre de 2009

MI PRIMAVERA

Abrí la ventana de mi cuarto y Septiembre me llenó los ojos y los oídos con el verde nuevo de las nuevas hojas y el trinar alegre de los mismos pájaros.
Las Calandrias, en su traje gris, se correteaban chillando por las finas ramas del Olmo de la vereda. Un Zorzal solitario, llamaba en vano, a alguna compañera para hacer su nido.
Los belicosos Benteveos y los chispeantes gorriones, tan grises como su canto, alternaban de los Plátanos al suelo y del suelo hasta el Olmo, en un ir y venir alborotado y chillón, observados desde lo alto de un poste, por un par de Horneros que terminaban de poner el último trozo de barro en su acaracolado nido negro.
La primavera o la vida, que es lo mismo , estaba allí, en los árboles retoñados, en los pájaros enamorados y hasta en la brisa mañanera, que traía a raudales, el aroma de los cercanos Paraísos, entremezclado con el perfume de algún rosal, que el benévolo invierno y las incansables hormigas dejaron florecer.
La primavera estaba allí, pero solo allí, porque los pájaros no descendían en mi jardín, ni las plantas sobrevivientes del frío, habían rebrotado, los canteros estaban apagados, los rosales mustios, casi vacíos de hojas, parecía que el invierno todavía perduraba en él.
Dispuesto a instalar la primavera en mi jardín, compré decenas de plantas de todo tipo y color, preparando bien la tierra, las planté con esmero y hasta con una cierta devoción, tratando de combinar los colores, las alturas, la densidad del follaje y la duración de sus flores, en una sobria exhibición de jardinero experto.
Pero algo pasaba, no podía sembrar la primavera en mi jardín.
A medida que iba sembrando las flores, éstas poco a poco se doblaban, agachándose como si tuvieran vergüenza de algo. Perdían su lozanía y frescura dejando el jardín tan triste, yermo y mustio como cuando empecé.
A la noche, desvelado y desolado como mis deslucidos canteros, pensaba y pensaba .
¿Adonde se habían ido los colores?.
¿Porqué no se puede plantar la primavera y la alegría en un jardín?.
No encontré respuesta alguna y resignado me dormí.
Al otro día, casi a media mañana, mientras abrumado miraba por la ventana, la triste monotonía gris de mis plantas, vi llegar la primavera desbordante y feliz.
Parada en el portón de la calle, estaba ella, con sus ojitos pícaros y vivarachos, con su cabello entre rubio y castaño, desordenado como siempre, vestida de luz, esplendorosa, la primavera.
Rodeada de un mágico enjambre de mariposas amarillas; quizás las mismas de Mauricio Babilonia; con su escaso metro de estatura y sus tiernos tres años y medio de vida, parada en la puerta de mi casa, estaba, la primavera.
Entró al jardín y mientras caminaba hacia la casa por el sendero, las plantas se enderezaban y refulgentes lucían los colores mas intensos y hermosos que jamás se vieron en flor alguna.
Se llenaba a su paso todo de luz, de alegría y de frescura.
Los Pensamientos, levantaban sus “caritas de gato”, mirando curiosos y mostrando orgullosos, las manchas amarillas , azules y violetas de sus pétalos.
Las Azucenas abrían sus campanas rojas como el ocaso, dejando ver los maravillosos estambres amarillos de su corola.
Los Rayitos de Sol, se convertían en esferas de luz; eran tantas sus flores que parecían no tener hojas.
Los Conejitos se estiraban sobre las multicolores Petunias queriendo observar a la niña, quedándose con la boca abierta al verla.
Todo enloqueció de vida a su paso, los pájaros, cantando, descendían de los árboles para estar mas cerca. Las mariposas y las abejas revoloteaban sin cesar y hasta la brisa cómplice, participaba alegre, desprendiendo pétalos de las flores para formarle una alfombra multicolor y majestuosa.
Abrí la puerta de mi casa y desde la luz maravillosa del jardín, una voz conocida y familiar, simplemente me dijo:
-¡Abuelo ya llegué!

Contodo mi amor para mi nieta Nahir Ayelen

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